14 de marzo de 2010

Caminante no hay camino

Caminaba sola...
Entre las sombras aparecía gente que me cogía de la mano, yo seguía caminando siempre a mi ritmo. Jamás nadie me seguía, siempre iba demasiado rápido, demasiado lento o había demasiadas cosas en el camino que engullían al personal y alli quedaban, con sus promesas falsas, con sus ilusiones montadas creando un mundo de fantasía que nunca veía la realidad.
Pie tras pie, entendí y me hice ver a mi misma, que en mi camino no había nadie más.
Al poco tiempo entendí que la soledad a veces es un bien maravilloso. Que el camino está tan lleno de vida que no merece la pena ser manchado por nada, ni por nadie.
Que la gente que se aleja, es por algo y que siempre dejan flores a tu paso, aunque a veces sean flores ya marchitas, que solo recuerdan el peso de la muerte.
Cuando disfrute de mis pasos, cuando construí mi sendero sin basarme en los que me seguían sino en la construcción de mi propia ruta, me senté a descansar. Observé mi alrededor y a mi misma y me sentí orgullosa de lo vivido. Entonces, cuando la calma era deliciosa en su apariencia. Senti una mano agarrando la mía. Unos ojos llorosos frente a un altar, me decían sin palabras que mi camino y el suyo irían de la mano. Que caminariamos solas pero juntas. Que siempre habría un sitio donde descansar, donde tomar agua, donde llorar si lo necesitaba.
Mirando sus ojos me encontré los mios, entendiendo que esta vez era verdad. Que no habría promesas incumplidas porque eran innecesarias, no se pueden separar algo que es una misma cosa. Entonces, descubrí mi vida entre tus cabellos, mi voz resonando en tu risa y entendi el regalo que la Diosa me había dado, tu existencia.
Te quiero

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