La lluvia azota la ciudad sin colores de nuevo. Es tan extraño vivir eternamente sumido en un montón de agua que aunque llevo aquí 20 años no termino de acostumbrarme. El aire se pinta de matices y apareces tu al fondo del camino, hemos quedado a las afueras donde solo llegan los bandoleros y las prostitutas. En la Iglesia de la Nada, la Iglesia siempe cerada a cal y canto solo abierta a los curas y monjes. Vienes con un vestido blanco, tu pelo negro a bucles esta mojado y te cae por la espalda. Algunos hombre os miran, sois un grupo cuanto menos curioso. Jane está nerviosa y no para de mirar hacia atrás como si Said fuera aparecer en cualquier momento a rescatarla. Como si ya supiera lo que hay- Y en el fondo todos lo sabemos. Dentro de 3 meses ninguno de nosotros estará vivo. Pero ahi estamos fingiendo que tenemos control de la situación, al fin y al cabo somos elegidos, iniciados en los misterios y nos creemos con derecho a estar por encima de la muerte misma.
El aire se cuela entre tu vestido y la lluvia da una tregua cuando te acercas a mi. Me miras, y por primera vez en mucho tiempo te veo llorar. Lloras sin lágrimas y hacia dentro. Lloras, llenando tus ojos de agua y haciendo que tu nombre mágico cobre vida y brille. La gente de fuera te ve rubia y yo se que tu pelo es más negro que la noche. Morena, como las mujeres de mi tierra.
-Besame-me pides en público.
-¿Aqui?
-Besame, que más da ya?
Y mis manos, sujetan tu cara como un tesoro preciado. Se que no será el ultimo beso. Que alguno más habrá cuando te deje en la posada. Pero que será el último que disfrute sin pensar que me arrancan el alma. Sin saber que es el último. Al tocar tus labios, noto el sabor salado de tus lágrimas, siento el nudo en tu garganta y me pregunto porque no cogemos el caballo y salimos cabalgando lejos de todo el mundo. Incluso de las chicas y de lo que somos aqui. Conozco suficiente gente en Grecia como para ser felices por mil vidas alli. Se que esto no va a salir bien y tu también lo sabes. Pero me camelas con tu risa de muñeca fingida y temo que te rompas si te secuestro y nos largamos al fin del mundo. Temo que te esfumes presa de una película que te has creído pero de la que nunca has sido protagonista.
Asi que me limito a besarte, dejándome la vida en el beso. Mis manos se deslizan por tu cuello, mi cuerpo se pega al tuyo y ya no me importa quien pueda vernos. Entonces las nubes de nuevo estallan encima de nosotros y de alguna forma mágica el sol al otro lado del cielo nos lanza alguno de sus rayos mientras las nubes, nos entierran en su agua. Las lágrimas recorren mi rostro, pero tu no lo sabes. Es la primera vez que lloro desde que me conoces y se que te estás dando cuenta pero no lo terminas de asimilar. Las piedras no lloran y las montañas mucho menos. Te sujetas a mi mientras te beso como con miedo a caerte y hago mi papel a la perfección. Tiro mi ancla al suelo y levanto la montaña que tan acostumbrada estas a que te sujete. Entiendo que te amo y te amaré para el resto de mis días. Y secretamente me prometo no abandonarte jamás, aunque pierda la vida por ello. Tu vestido vuela al aire. La lluvia te ha hecho casi transparente y perfectamente eterea. Te echo de menos ya y aún no te has ido.
Tus amigas se suben al carro de caballos y tu te montas conmigo en Akiles. Me sujetas una vez más con fuerza. Siento tu cara apoyada en mi chaqueta. La lluvia sigue marcando el paso. Y el barro parece salpicarnos ya. Llegamos a las afueras de Londres y os quedais en la posada de unos amigos, recomendación de Said. Te vuelvo a besar y te cuelgo una de mis mejores piedras. Las chicas bajan el escaso equipaje y te despides:
-Te mandaré mi dirección y donde esté en unos meses-dices con una sonrisa fingida que casi parece una caricatura.
Y no te creo, princesa. Es la primera vez que no me creo tu sonrisa. Pero yo también sonrío y fingimos que todo va bien. Te dejo dinero, todo lo que he podido sacar. Te toco la tripa y siento la energía de nuestra hija gestándose. Le digo "hasta pronto" calladamente. Bien saben los Dioses que te amaré hasta que muera. Haciendo un gran acto de fuerza de voluntad, salgo de la posada cerrando la puerta de la habitación y más tarde la de la posada. Akiles me recibe y salgo al trote. Las lagrimas amenazan con salir y me contengo a mi mismo. El mejor de mis cuarzos me cubre y me sostiene mientras disfrazo las ganas de darme media vuelta y sacarte del cuchitril donde te he dejado. Pero cabalgo y el sonido de los cascos del caballo en el suelo graba en mi memoria tu ultimo beso y el sonido de tu ultimo adiós.
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