Un dia me escapé a FuenteVaqueros. No tenía más de 12 años y muchas ganas de ver donde naciste. Me subí en un bus, le conté a mi padre que me iba a casa de unos amigos a comer, de nada hubiera servido decirle que yo era amante de tus letras, el no entendía de eso. Jamás lo hubiera entendido. Asi que, después de leer “La Casa de Bernanda Alba” me escapé. Con “Poeta en New York” en mi bolso de niña que quería ser mujer.
Con aires de adulta, pague mi autobus, que parecía caerse conforme andaba, ya lo sabes en Granada a veces se para el tiempo y no quiere avanzar, y con la mejor espada en la mano, aquella que con tus libros aprendí a usar. Mi bolígrafo.
Hace casi 18 años ya de aquello. No recuerdo casi nada de tu casa, pero si a aquel señor amable que quiso contentar a una chiquilla que con lágrimas en los ojos no podía creer que ese era tu escritorio. El vigilante respondió si y yo cogí un pequeño papel que tenía reservado para esto y garabatee rapidamente “Gracias Maestro”.
Cuando salí de la casa, donde tu viniste al mundo, supe que la magia de las letras siempre viviría dentro de mi. Y me agarré a ellas en una adolescencia de alto riesgo como la que viví. Pasé de ser buena estudiante, amiga modelo y niña a mujer adulta, madre soltera y caminante.
También me convertí en libre. Elegí andar y comenzar un camino que aún no he terminado. Un camino que comenzó un buen día y por amor y que terminará el dia en el que cierre los ojos del todo, en esta vida. Y me olvidé de mi casa, me olvide del Palacio que cada tarde se tiñe de rojo y me olvide de la vida que tu me enseñaste a querer. Me olvidé de tus letras que despertaban los sueños entre cualquier pesadilla. Me olvide de la dulzura en que tu teatro me acogió cuando poseida por el complejo de esponja que a veces parezco tener, quise ser actriz. Y alli también te encontré, la Zapatera me enseño el coraje en sus ojos azules de levantarse incluso cuando nadie cree en ti. La casa de Bernarda Alba distinguio en mi los colores de las sombras. Y Mariana Pineda, atravesó con dulzura cada parte de mi ser para enseñarme a ser yo. Cuantas letras maestro, cuantos sueños de infancia y adolescencia perdidos por las calles de Granada me dejé. De Granada, de tu Granada, de mi Granada. Aquella que tanto a ti como a mi nos vió nacer.
He caminado ya un rato y he llegado más lejos de lo que esperaba, tan lejos que la chispa de tu brillantez había desaparecido de mi memoria. Tan lejos que me olvidé de la niña a la que tu enseñaste a escribir. De la adolescente que se perdía entre tus rimas, de la adulta que buscando su sueño sin nombre un día dejo Granada con una pluma en la mano y una libreta en blanco en el bolso.
Me he despertado hoy, mirandote en el televisor de una casa que llamo mía desde hace unos años. En un salón acomodado del siglo XXI, con mi pareja a mi lado y mi hijo jugando en el suelo con uno de esos cochecitos que tanto le gusta. El Castillo Rojo ha encendido la hoguera del recuerdo y enmedio de un fuego fatuo algo dentro de mi ha vuelto a arder. Tus letras han caído como calas de fuego a mi alma y en cada una has traído un verso que recordar, un momento de nuevo para vivir.Elegir ser la victima nunca fué una de mis opciones y es hora de volver a coger la pluma y decidir que garabato quiero dejar escrito cuando mis papeles sean lo único que quede de mi al partir de nuevo al camino interminable que es la vida en si. Una vez más, Federico, maestro y padre de mis letras. Gracias por recordarme que una vez bailando en torno al fuego que encendiste a la orilla del Darro decidí lo que quería ser. Gracias por ser el delicioso pasado que siempre me recuerda lo esencial de las cosas y el principio de mis sueños.