Se acababan de conocer. Realmente no sabía porque no había cogido un hotel barato y se había olvidado de pasar la vergüenza de dormir en casa de alguien desconocido. Pero aquellas paredes abrazaban su alma de una forma extraña. Aquella casa parecía más que acogerla estar esperándola.
No sería la primera vez que sentía que aquella ciudad de nadie la llamaba. No recordaba cuanto tiempo llevaba soñando con las calles oscuras de Madrid. Podría decirse que era obsesión forzada por la ilusión de vivir allí pero no era cierto. Madrid, quedaba lejos del mar. Casi 400 kilómetros que la separaban de algo imprescindible para calmar su sed y regar la tierra que tanto se empeñaba en trabajar. El Mediterraneo.
El marido de la anfitriona se fue a dormir pronto y ellas dos se quedaron a tomar un te a solas. El salón reposaba acunando una conversación que parecía forjada con los años y que solo tenía 1 hora de edad. La mejor de las armonías parecían sus palabras fundiéndose en las risas compartidas mientras se calentaban las manos en aquella taza. Las paredes amarillas y naranjas cubrían de calidez la noche que fuera las protegía de la normalidad que siempre trae el sol por la mañana.
Cuando se hizo demasiado tarde, la chica de la casa se fue a dormir. Al meterse con su marido sintió la cama demasiado fría y a el a varios mundos de distancia. Pero tener el corazón en calma después de la velada que había pasado hizo que se durmiera pronto y en paz. Acurrucada en las sábanas que tantas lágrimas habían limpiado unos meses antes.
La mañana despertó alegre y tranquila. Un frió condenaba cada uno de los rayos de sol que bañaban aquel día las plazas y calles de la ciudad. El aire bajaba unos grados la temperatura que marcaban los termómetros.
José había salido por la mañana, dejándola dormir unas horas más, así que cuando la gata se coló en la habitación lamiéndole con dulzura la nariz haciendo que se despertara la cama y la casa estaban absolutamente en silencio y vacías. Solo los invitados descansaban en su cuarto. Se deslizó por las sabanas de algodón limpias, disfrutando de la sensación que le producía el roce de la tela en su cuerpo desnudo cuando pareció escuchar la puerta del cuarto de invitados abrirse. No le prestó mucha atención, seguramente sería una visita matutina al baño de alguno de sus dos ocupantes. Cerró los ojos dispuesta a dormir de nuevo cuando escuchó unos golpes en la puerta del dormitorio. Se puso una bata ligera por encima y salió a abrir. Yolanda, su recién estrenada amiga, con cara de frio suplicaba casi con los ojos una manta.
-Ven, pasa anda. ¿Porque no me lo dijiste anoche?-le preguntó preocupada-¿has pasado mucho frio esta noche? ¡Ay, perdoname, mira que no pensar en que no estas acostumbrada a este clima!
Se dio media vuelta dispuesta a buscar las mantas, cuando el azar hizo que la gata empujara la puerta desde dentro, encerrándolas en el cuarto a lo que ninguna de las dos prestó atención. Siguieron buscando las mantas. Cuando encontró dos apropiadas una para la chica y otra para el chico que aún dormía, se las puso encima y en un intento de ayudar abrió la puerta. Caprichosa, la puerta decidió declararse en huelga y no hacer una de sus funciones básicas, abrirse. El picaporte se había quedado atascado haciendo que el seguro que solo llevaba puesto unos días, cerrara la puerta sin posibilidad de abrirla desde dentro.
-Vaya, mierda ¡Carlos! gritó la chica de la casa de forma instintiva casi, intentando avisar al otro chico que dormía en el cuarto de los invitados.
Yolanda se puso algo nerviosa. La situación era algo incomoda.
-Joder-decía la anfitriona-mi chico ha salido temprano y seguramente no venga hasta la hora de comer y a el otro no vamos a poder despertarle, duerme como un tronco- dijo mientras atravesaba la habitación, buscando algo con que taparse.
Tras 30 minutos intentando abrir la puerta o en su defecto despertar al compañero que dormía placidamente en el cuarto de al lado, desistieron. Ambas cogieron las mantas, que no eran suficientes para taparse sin estar tumbado.
-Bueno, no es que se lo ofrezca a todo el mundo, pero igual nos podíamos meter en cama, al menos asi dejarás de tiritar-dijo la chica de la casa, sintiendo como sus mejillas se ponían al rojo vivo bailando al son de las palabras que acababa de pronunciar.
-Erm... si si claro, no, no te preocupes, aunque me muero de frio- dijo mientras pensaba justamente lo contrario.
Ambas se metieron en la cama, apagando la luz, fingiendo estar contentas por poder dormir un rato más. Habiendo bajado la persiana antes el dormitorio quedó completamente a oscuras.
La chica de la casa, la dueña de esa cama, sintió como el corazón se le salia del pecho. Sin previo aviso, sin mostrar antes señas de desvanecimiento, ni de fuera de control. Respiró intentando controlar los latidos que marcaban ahora los minutos que corrían o eso decía el reloj, porque para ella el tiempo se había quedado parado hace un rato, cuando se escondió bajo el edredón con aquella desconocida amiga que tan cercana le resultaba.
Su mano de repente, casi se movió sola. Llegando a la cintura de su compañera de lecho aquella mañana de Febrero. Solo quería abrazarla y calmar aquella mirada triste que decoraba su perfecta cara. Aunque su cabeza se preguntaba constamente si no estaba loca y si no la denunciaria
Explotaron sin saberse allí, sin conocerse en esta vida pero habiendo recorrido mil caminos juntas. Explotaron reconociendose, en sus manos, en sus piernas, en sus bocas. Las dos, maestras de las palabras, escritoras por vocación ignoraron esta vez sus letras para pasar a la acción, para conjugar entre las dos el abrazo más largo que darían en sus vidas.
Los cuerpos recorridos por oleadas de puro amor, descansaban nerviosos en la cama, mientras eran incapaces de despegarse, tan solo un milímetro. El olor del pelo de Yolanda atravesaba todos los sentidos de la dueña de la cama, que había decidido rendirse a lo evidente y dejarse llevar por el agua que bañaba ahora mismo aquella mañana gris de Febrero. Pasó más de una hora cuando la que venía de fuera, pero que estaba más dentro que cualquiera de las personas que conocía la otra, murmuró bajito, con miedo a romper el silencio:
-¿Quien eres? ¿Quien eres?-conteniendo el agua, que ahora salía por sus ojos, por sus manos, por sus piernas. Inundando la cama, inundando la mañana y la noches que vendrían despues.
-No lo se-respondió la otra apretandola más fuerte aún y hundiendo aun más su nariz en el pelo de Yolanda. Aspirandola, respirandola, fundiendose en la energía que desprendían ambas, dejo que su alma hablara:
-Tu compañera.