(Ahora al releerlo, me suena a 300. Pero que más da).
Adiós, amada mía, adiós
Las mujeres como siempre en tiempos de guerra habían salido a despedirnos. Portaban los escudos que más tarde evitarían los certeros golpes del enemigo, las afiladas lanzas que traspasan la piel como el frió corta las noches de Agosto, aquel Agosto que el Sol había tenido prisa en abandonar.
Extraño pueblo el mío. Extraño pueblo donde llorar no está permitido ni siquiera para los niños. Pero así debe de ser, llorar no hace fuerte, cuando lloras los ojos se empañan de lágrimas y los ataques quedan cubiertos por una fina nube de agua que baña todo de sentimientos que no caben entre estas espadas.
El aire juega a colarse entre los huecos que deja abierto su peplo abierto por los dos lados, esta ropa también es propia de las mujeres que habitan la tierra sagrada que tanto amo, su pelo rizado con bucles grandes se ondea como una bandera despidiendose y ondeando por nosotros.
A su lado mis dos hijos. El mayor irá el año que viene a la academía. Apenas tiene 7 años y en Atenas no sería más que un niño, pero en Esparta no educamos filósofos sino hombres. Y 7 años es una buena edad para empezar a hacerlo. No me preocupa mucho, siempre fué un niño fuerte y con 6 meses arrastraba las cadenas puestas en sus pies con más fuerza que cualquier niño de 2 años. Siempre se tomó los desafíos físicos como un juego y será un buen soldado.
El pequeño es otra cosa, Stelios, tiene una sensibilidad propia del género femenino y aunque es mi hijo hay momentos en los que hace que mire hacia otro lado. Su madre lo ha tenido demasiado tiempo bajo su manto y ahora le costará arrancar.
Los miro y entiendo que pronto terminaran de comprender lo que significa ser hijo de la tierra donde los Dioses han dejado todas las bendiciones nombrables en el mundo. Deseo que crezcan fuertes y empuñen fuerte mis armas y mi escudo cuando yo ya no esté. Son hijos de la tierra por la que yo he jurado morir y ellos harán honor a mi sangre cuando se conviertan en soldados dignos de ese juramento.
Mi mujer que esta a dos pasos de nuestra reina, también ha salido a despedirnos. Todas ellas saben que es más que probable que nuestros ojos no vuelvan a cruzarse y todas ellas asumen la función de quedarse soberanas del reino que ahora nosotros salimos a defender. Cuando me entrega el escudo, me mira a los ojos. No hay despedidas, no, aquí no está permitido ser vulnerable ni siquiera rodeados de nuestra gente. Entiendo en sus ojos un "te quiero", un "te espero" que nunca nacerá de sus labios porque en la guerra los sentimientos sobran.
Mi mujer, valiente hembra que bien podría venirse con nosotros. Me mira a los ojos y solo pronuncia la letanía que todas ya se saben de memoria. Pero no la recita sin darle sentido a las palabras se que en el fondo de su alma siente cada una de las letras que ahora hacen cola para salir de su boca
"Espartano, vuelve con tu escudo o encima de el"
Porque el escudo pesa tanto como las cosas que no se dicen y volver sin el es señal inequívoca de que un cobarde habita dentro de ti. De que has dejado a tus compañeros en el campo de combate y has huido cual mísero cobarde faltando así todo lo que has jurado proteger.
Y así, con las cosas nunca dichas, con los sentimientos exiliados para ciudades más humanas, partimos. Partimos sin pensar en el retorno, partimos por la patria, partimos por lo que nos han enseñado a ser, los mejores soldados que ha engendrado nunca esta tierra que lleva en su nombre ser morada de los Dioses.
Hellas.
Extraño pueblo el mío. Extraño pueblo donde llorar no está permitido ni siquiera para los niños. Pero así debe de ser, llorar no hace fuerte, cuando lloras los ojos se empañan de lágrimas y los ataques quedan cubiertos por una fina nube de agua que baña todo de sentimientos que no caben entre estas espadas.
El aire juega a colarse entre los huecos que deja abierto su peplo abierto por los dos lados, esta ropa también es propia de las mujeres que habitan la tierra sagrada que tanto amo, su pelo rizado con bucles grandes se ondea como una bandera despidiendose y ondeando por nosotros.
A su lado mis dos hijos. El mayor irá el año que viene a la academía. Apenas tiene 7 años y en Atenas no sería más que un niño, pero en Esparta no educamos filósofos sino hombres. Y 7 años es una buena edad para empezar a hacerlo. No me preocupa mucho, siempre fué un niño fuerte y con 6 meses arrastraba las cadenas puestas en sus pies con más fuerza que cualquier niño de 2 años. Siempre se tomó los desafíos físicos como un juego y será un buen soldado.
El pequeño es otra cosa, Stelios, tiene una sensibilidad propia del género femenino y aunque es mi hijo hay momentos en los que hace que mire hacia otro lado. Su madre lo ha tenido demasiado tiempo bajo su manto y ahora le costará arrancar.
Los miro y entiendo que pronto terminaran de comprender lo que significa ser hijo de la tierra donde los Dioses han dejado todas las bendiciones nombrables en el mundo. Deseo que crezcan fuertes y empuñen fuerte mis armas y mi escudo cuando yo ya no esté. Son hijos de la tierra por la que yo he jurado morir y ellos harán honor a mi sangre cuando se conviertan en soldados dignos de ese juramento.
Mi mujer que esta a dos pasos de nuestra reina, también ha salido a despedirnos. Todas ellas saben que es más que probable que nuestros ojos no vuelvan a cruzarse y todas ellas asumen la función de quedarse soberanas del reino que ahora nosotros salimos a defender. Cuando me entrega el escudo, me mira a los ojos. No hay despedidas, no, aquí no está permitido ser vulnerable ni siquiera rodeados de nuestra gente. Entiendo en sus ojos un "te quiero", un "te espero" que nunca nacerá de sus labios porque en la guerra los sentimientos sobran.
Mi mujer, valiente hembra que bien podría venirse con nosotros. Me mira a los ojos y solo pronuncia la letanía que todas ya se saben de memoria. Pero no la recita sin darle sentido a las palabras se que en el fondo de su alma siente cada una de las letras que ahora hacen cola para salir de su boca
"Espartano, vuelve con tu escudo o encima de el"
Porque el escudo pesa tanto como las cosas que no se dicen y volver sin el es señal inequívoca de que un cobarde habita dentro de ti. De que has dejado a tus compañeros en el campo de combate y has huido cual mísero cobarde faltando así todo lo que has jurado proteger.
Y así, con las cosas nunca dichas, con los sentimientos exiliados para ciudades más humanas, partimos. Partimos sin pensar en el retorno, partimos por la patria, partimos por lo que nos han enseñado a ser, los mejores soldados que ha engendrado nunca esta tierra que lleva en su nombre ser morada de los Dioses.
Hellas.
2 comentarios:
Pues sí, como bien dices, sólo es "Un relato más" bla bla bla :P.
Escribes muy bien guapa, venga a ver si hay suerte y también publicas algo! ♥
ya sabes preciosa que me encantan tus letras, y más cuando me implican (jijijiji :P). Sigue así. Te amo!
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