Y un rayo te trajo a mi vida, me asome a la esquina del cruce donde llevaba parada más de cuatro años preguntandome que habría en aquellos tres caminos que enseñabas: dos de ellos cubiertos por la oscuridad más absoluta y uno, con las bendiciones de tu luz. Como una niña curiosa, me acerque al oscuro, tu me acunaste en tu manto "Hija de las sombras" dijiste sonriendo, cuando yo no sabía ni que era, ni donde estaba, ni a que iba.
Y me recuerdo, acercandome a tu altar aquella noche de Octubre, mientras la capa de mi coven se rompía y me dejaba sin abrigo al caminar hacia el primer paso contigo. Tu nunca suavizas ¿Para que? Tus hijas aprendemos a andar en un suelo repleto de canicas, aprendemos a andar a base de caernos. Yo no sabía quien era, pero tu, tu ya lo sabías. Y me diste el título de negra y el poder de verlas a la distancia, de verlas llegar moviendose por los caminos a descansar a tu casa, que también es la mía. Señora de las sombras, que tanto miedo dan y que a mi siempre me acogieron, una vez más entono tu nombre mientras trago saliva conteniendo la emoción de saberme entre las tuyas, de no tener que buscarte pues desde que rompistes mis vestiduras camino aquel altar levanto tu antorcha tan alto como puedo, frente a tu fuego sagrado siempre, siempre aprendiz, siempre buscadora, siempre protectora de los débiles, siempre a tu paso, Señora.